viernes, 9 de enero de 2015

Ser joven en un contexto de incertidumbre: Rafael Rivera Cordero.



¿Pero, en qué consisten estas diferencias? Básicamente en que la juventud ha dejado de ser un periodo transitorio en la vida de las personas, definido por el paso de la dependencia —propia de niños y adolescentes— a la independencia —característica de los adultos—, para convertirse en una fase específica del recorrido vital, con una clara trascendencia en todos los órdenes de la existencia. En primer lugar, están las consecuencias del fenómeno del alargamiento de la juventud, por utilizar la afortunada expresión de Cavalli y Galland (1993). El incremento del tiempo que dedican los jóvenes a la formación, la prolongada permanencia en la casa familiar con el consiguiente retraso en la formación de nuevos hogares, la demora en la incorporación definitiva al mundo laboral y, en fin, las mayores posibilidades que esta combinación de circunstancias confiere a los jóvenes en el ocio y el consumo están marcando indefectiblemente la experiencia de las nuevas generaciones. El alargamiento de la juventud ha provocado en las últimas décadas en Europa la progresiva aparición de un nuevo estilo de vida juvenil en el que se mezclan diferentes contextos vitales. Entre otros factores, ello es fruto de la dilatación del periodo temporal que abarca y de la proliferación de muy diferentes situaciones intermedias, junto a lo que podría denominarse una comunidad de experiencias juveniles (Furlong, 2000). Ser joven, pues, deja de ser algo episódico para convertirse en una condición social específica (Wyn y White, 1998), aunque con límites imprecisos.

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